A principios del siglo XX, el automovilismo buscaba consolidarse como una disciplina emergente, y en Argentina, dos visionarios marcaron un hito en su historia. Eduardo y Carlos Resta, pioneros en el ámbito automovilístico nacional, construyeron un edificio único que albergó lo que sería conocido como el autódromo más pequeño del mundo.
El Palacio Chrysler: Un Ícono de la Arquitectura Automovilística
En 1910, la avenida Centenario (hoy Figueroa Alcorta) se convirtió en el epicentro de un proyecto ambicioso: la construcción del Palacio Chrysler. Este edificio, concebido por los hermanos Resta, se erigió como una obra maestra de cemento armado, dividida en diez secciones para prever dilataciones estructurales. Ocupaba una manzana completa delimitada por las calles Ocampo, Bulnes y Martín Coronado, abarcando 11,000 metros cuadrados.
El diseño y ejecución estuvieron a cargo del renombrado arquitecto Mario Palanti, conocido también por el icónico Palacio Barolo. Cada rincón del edificio fue pensado con un equilibrio perfecto entre funcionalidad e innovación estética.
Un Espacio Multifuncional y Vanguardista
El Palacio Chrysler combinaba diferentes usos en sus múltiples niveles.
Planta baja: Albergaba un amplio salón de exposición para automóviles Chrysler, revestido en mármol y piedra, además de oficinas administrativas, un directorio y un espacio para reparaciones.
Primer piso: Destinado a depósitos de coches nuevos, pintura y tapicería. También destacaba un salón de estilo andaluz donde se exhibían los automóviles De Soto.
Segundo piso: Secciones de carpintería y carrocería, junto a grandes depósitos.
Tercer piso: Aquí se encontraba la joya del edificio: una pista ovalada, conocida como el autódromo más pequeño del mundo.
El Autódromo Más Pequeño del Mundo
Este pequeño circuito fue una de las mayores atracciones de la época. Con una longitud de 200 metros en su curva más cerrada y 300 metros en la más amplia, su inclinación de 60 grados permitía velocidades de hasta 95 km/h para automóviles y 105 km/h para motocicletas.
El propósito principal de la pista era probar los vehículos antes de entregarlos a sus clientes, pero su diseño único pronto atrajo a multitudes. La playa central incluso contaba con una cancha de tenis, y las instalaciones podían acomodar hasta 15,000 espectadores para eventos de boxeo, conciertos y otras actividades sociales.
El tercer piso también albergaba el restaurante Olimpo, un espacio independiente que ofrecía a los visitantes una experiencia gastronómica moderna en un entorno inigualable.
Un Hito en la Historia del Automovilismo Argentino
El 1 de diciembre de 1928, el Palacio Chrysler abrió sus puertas al público, atrayendo a más de 10,000 visitantes en su inauguración. La construcción, que costó tres millones de pesos de la época, fue un testimonio de la visión y el esfuerzo colectivo de los hermanos Resta y su equipo.
La empresa creció rápidamente, y en 1928, Diego Basset se unió al proyecto, transformando la firma en Fevre y Basset, representante oficial de Dodge y Chrysler en Argentina. La compañía comenzó a ensamblar automóviles y ómnibus, consolidándose como un referente en la industria automotriz.
Con el tiempo, el edificio fue adaptándose a nuevas necesidades. En 1946, Chrysler adquirió un terreno de 46 hectáreas en San Justo para construir una planta industrial, trasladando allí toda la maquinaria del Palacio Chrysler en 1950.
El edificio original pasó a manos del gobierno nacional, convirtiéndose en la sede del Comando de Arsenales del Ejército Argentino y del Registro Nacional de Armas. Finalmente, en 1994, fue refuncionalizado como el Palacio Alcorta, un complejo que incluye viviendas de lujo y salones para eventos.
Un Legado Perdurable
Aunque la pista del tercer piso desapareció, la historia del autódromo más pequeño del mundo sigue viva en la memoria colectiva. Hasta 2011, la planta baja albergó el Museo Tecnológico Renault, manteniendo el vínculo del edificio con el mundo automovilístico.
El Palacio Chrysler no solo simboliza un capítulo dorado del automovilismo argentino, sino también la capacidad de los visionarios de transformar ideas audaces en realidades tangibles.
El autódromo más pequeño del mundo fue mucho más que un circuito en miniatura; representó una mezcla perfecta de innovación, diseño y pasión por el automovilismo. En un momento donde el sector buscaba consolidarse, este espacio ofreció una plataforma única para exhibir y probar avances tecnológicos, al tiempo que conectaba con la comunidad a través de eventos culturales y deportivos.
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